Medusa es una obra intensa y contenida que pone en escena a tres mujeres — Mariana, Carmen y Nina— que comparten un departamento en una atmósfera tensa, casi irrespirable.
Unidas por un pasado común de militancia política y por una presente condición de colaboradoras con un régimen autoritario, las protagonistas viven atrapadas en un limbo moral donde la supervivencia ha exigido traición, silencio y complicidad. La historia se desarrolla en un espacio cerrado, casi sin elementos: un sofá, algunas sillas, una lámpara y un teléfono.
Ese vacío escénico acentúa la densidad emocional y el encierro psicológico que viven las tres mujeres, atrapadas en sus recuerdos, sus contradicciones y sus decisiones.
El equilibrio se rompe cuando Mariana cree reconocer a un antiguo amor entre los detenidos que ahora deben delatar. Su decisión de no seguir colaborando reabre heridas profundas y desencadena un conflicto ético que sacude a las demás. La dramaturgia se sustenta en silencios cargados, miradas evasivas y una tensión que crece con cada palabra no dicha. Las actuaciones requieren una contención expresiva que deja entrever el dolor, la culpa y el miedo sin caer en el dramatismo explícito.
El texto nunca impone un juicio moral claro: invita al espectador a interrogarse sobre la traición, la víctima, el victimario y los límites difusos entre ambas figuras. Medusa es una obra que habla del poder, de la memoria y del deseo de redención, sin ubicarse en un tiempo o lugar específico. Es un drama profundamente humano que explora el lado más oscuro de las decisiones individuales bajo la presión de sistemas represivos.